OTRA
PROSA PRÓFUGA DE MI AMIGO ENRIQUE AL QUE SIEMPRE RECORDARÉ.-
Mi amigo Enrique me contaba que allá por los años 50 se echó en Málaga
de novieta a una muchacha muy codiciada (en el mejor sentido de la palabra) en
toda Málaga. La sedujo y la convirtió en su novia, al menos provisional. Fue la envidia de toda Málaga en
aquel tiempo. Pero al padre de la novieta alcanzada, práctico del puerto de esa
ciudad, monárquico acérrimo, le jodía que su hija hiciera manitas con un
falangista del Frente de Juventudes.
Por eso, me contaba Enrique, cada vez que se cruzaba con el supuesto futuro “suegro” por la calle Larios de Málaga, éste le espetara a mi amigo algo en italiano que no sé reproducir pero que venía a decir: Adiós, cabeza de gamba. Mi amigo era muy rubio, muy blanco y poblado de lunares, de ahí el mote que cada mañana le soltaba el práctico del puerto malagueño.
Pero hubo un día, feliz entre los días, en que la venganza luchó con ternura y sutileza. Fue un día en que un buque inglés chocó con otro español en las maniobras de atraque sufriendo éste avería gruesa. El práctico del puerto era justamente el monárquico que despreciaba a mi amigo por falangista y que a diario le decía en italiano en plena calle Larios, con machaconería: “Adiós cabeza de gamba”.
Ese día, en las ediciones vespertinas de los diarios que por ese tiempo se estilaban salió la noticia de ese brutal choque en el puerto en el que salía malparado el práctico monárquico (creo que carlista) que se reía a diario de mi amigo con su chiste fácil.
Mi amigo guardó la noticia y se relamió con ella. Al día siguiente se reencontraron en la calle Larios -uno iba al Instituto, el otro al Puerto-.
El práctico, por no perder la costumbre, le lanzó al chaval eso de “adiós, cabeza de gamba”, en italiano, siempre con entonación.
Pero el chaval esta vez se creció. Dueño de sí, miró hacia atrás y cuando lo tuvo a la vista, ya frente a frente los dos, manteniéndole la mirada con la mayor dignidad que le era posible, le dijo lo mejor, qué ingenio para hacer cambiar la mirada de un hombre y volcarla en la acera, quitándole su chulería:
-Adiós, Nelson.
Y se marchó feliz a su instituto de calle Madre de Dios (allí vivía mi padre, cerca del teatro Cervantes). Ese noviazgo no salió bien, obviamente. Pero mi amigo Enrique le echó cojones con el mismísimo Nelson.
Por eso, me contaba Enrique, cada vez que se cruzaba con el supuesto futuro “suegro” por la calle Larios de Málaga, éste le espetara a mi amigo algo en italiano que no sé reproducir pero que venía a decir: Adiós, cabeza de gamba. Mi amigo era muy rubio, muy blanco y poblado de lunares, de ahí el mote que cada mañana le soltaba el práctico del puerto malagueño.
Pero hubo un día, feliz entre los días, en que la venganza luchó con ternura y sutileza. Fue un día en que un buque inglés chocó con otro español en las maniobras de atraque sufriendo éste avería gruesa. El práctico del puerto era justamente el monárquico que despreciaba a mi amigo por falangista y que a diario le decía en italiano en plena calle Larios, con machaconería: “Adiós cabeza de gamba”.
Ese día, en las ediciones vespertinas de los diarios que por ese tiempo se estilaban salió la noticia de ese brutal choque en el puerto en el que salía malparado el práctico monárquico (creo que carlista) que se reía a diario de mi amigo con su chiste fácil.
Mi amigo guardó la noticia y se relamió con ella. Al día siguiente se reencontraron en la calle Larios -uno iba al Instituto, el otro al Puerto-.
El práctico, por no perder la costumbre, le lanzó al chaval eso de “adiós, cabeza de gamba”, en italiano, siempre con entonación.
Pero el chaval esta vez se creció. Dueño de sí, miró hacia atrás y cuando lo tuvo a la vista, ya frente a frente los dos, manteniéndole la mirada con la mayor dignidad que le era posible, le dijo lo mejor, qué ingenio para hacer cambiar la mirada de un hombre y volcarla en la acera, quitándole su chulería:
-Adiós, Nelson.
Y se marchó feliz a su instituto de calle Madre de Dios (allí vivía mi padre, cerca del teatro Cervantes). Ese noviazgo no salió bien, obviamente. Pero mi amigo Enrique le echó cojones con el mismísimo Nelson.
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